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En las ficciones de cuarentena nadie se da cuenta, tan ocupados en pelear con los zombies o morirse por la super peste. Pero en esta cuarentena en prosa, lo que más se percibe es la quietud, el deber de inmovilizarse, lo pequeño que es el mundo. No dan visa para ir a Mar del Plata, hay trincheras hasta para entrar a General Pinto y el Uruguay resulta un sueño. Y para peor, el correo está desbordado y deja para después lo que llega del exterior. Con lo que es un consuelo que tengamos librerías en lenguas extranjeras, mensajes del mundo que arreglan delivery o envíos.

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